Una visita a Sidi Yussef para unos o Rabí Saadia Edaty para otros Había escuchado algunas anécdotas de un lugar en el monte Gurugú al que peregrinan los judíos melillenses para visitar la tumba de un hombre santo. Tenía constancia que una vez al año cuentan con la colaboración de las autoridades marroquíes para la celebración del citado desplazamiento pero nunca se me había presentado la ocasión de visitar la zona. Hace unos días los amigos del Seminario Permanente de Tamazight organizaron una excursión para visitar el lugar y picado por la curiosidad me uní al grupo. Salimos de Melilla a la tarde temprana y antes de llegar a Nador, pasados unos metros de la curva tras la cual se enfila la ciudad, giramos a la derecha y nos adentramos en una calle, en dirección hacia el noroeste, desembocando en una pista. Unos centenares de metros hacia adelante pasamos junto a una cantera que hasta hace unos años era de explotación de piedra ferrosa, de esa que tanto abunda en las antiguas viviendas y muros de la comarca. Nos acercamos al monte Gurugú por su lado sureste, hacia una barranca que se abre en las estribaciones por ese lado de la cima de Kol-la. En las dos laderas de la barranca hay algunas casas tradicionales de la zona, rodeadas de campos cultivados de cebada ya dorada y que habían comenzado a segar a mano. De hecho, algunos grupos de campesinos estaban en esa labor cuando nos acercamos en nuestros vehículos y nos miraron curiosos. Al final de la pista llegamos a un paraje (“Chriaz o “Tarka”) (ver) situado en mitad de la barranca, totalmente rural, y salpicado de campos de cebada, chumberas y grandes rocas rojas del Gurugú, que geográficamente es un arrabal de Nador pero uno sólo es consciente de ello cuando vuelve la vista atrás y puede contemplar a sus pies la mancha urbana que se abre junto a la Mar Chica. Aquella tarde el sol se mostraba complaciente después de varios días de levante y la tarde, aunque luminosa, era fresca. Habíamos parado en un rellano junto a una casa desde donde partía hacia la ladera del suroeste una rampa en zigzag con cierta pendiente y bordeada por un muro a modo de baranda.(ver) Recordé entonces que antaño había visto alguna fotografía antigua que mostraba tan original construcción pero no la recordaba en forma de rampa sino de escalera. El conjunto de la rampa desde su base tiene de máxima anchura una decena de metros de tal forma que en sus ángulos interiores hay dispuesto un banco para facilitar el ascenso de enfermos y ancianos. El ascenso hasta el final puede ser cansino pero el resuello se abandona con una parada para contemplar el horizonte. Abajo, al este, se ve la Mar Chica y los montes de Kebdana que aquella tarde con el inicio de la caída del sol, se veían perfectamente dibujados delimitando la rambla en la que se asienta Nador y las poblaciones limítrofes. El ascenso finaliza frente a unas construcciones, a la izquierda unas modernas, de mediados del siglo pasado y, a la derecha, un conjunto de construcciones irregulares de barro de indatable época que se unen a la ladera, que a esa altura, tiene una pendiente muy cercana a la verticalidad.El santuario La construcción moderna, que se asemeja a un chalecito de la época, está contorneada por un porche soportado por arcos abiertos y situada al fondo de un gran patio cercado por una valla de media altura. En la zona preferente del patio destaca un árbol de la algarroba, del que penden, como si fueran frutos multicolores, decenas de pañuelos, cintas y trozos de vestimentas. Junto al árbol, en el centro del patio, una roca de grandes proporciones irrumpe en el espacio destacándose desde la ladera del monte. (ver) En la entrada del recinto, sentada en una roca a la vera del camino, había una persona que no se extrañó de nuestra presencia y comentó que podíamos pasar libremente ya que todas las puertas, aunque cerradas, no tenían echadas las llaves. Así lo hicimos y curioseamos libremente por la estancia. En primer lugar nos acercamos a unas placas de mármol situadas en una pared junto al algarrobo. Una de ellas, la más antigua, dice en hebreo y español: “Las obras de este recinto y de la carretera que hasta aquí conducen fueron hechas por el muy honorable señor D. Isaac Bendayan de Melilla, con residencia actual en Caracas, Venezuela, por su devoción a este sabio y santo Ribbi Saadia Edaty, aquí enterrado, cuya protección le acompañe siempre así como a todos sus familiares. Se terminaron las obras en el mes de Nissan del año 5712, abril de 1952, siendo gran rabino de Melilla y Villa Nador RV David Salomón Cohen”. La segunda dice: “Estas instalaciones así como sus accesos fueron ampliados y remodelados gracias a la generosidad de Don Saadia Cohen Zrihen y su esposa Dª Simi Bendayan, hija de Don Isaac Bendayan Z.L., primer promotor de las obras de este santo lugar. Su reinaguración se efectuó el día 12 de marzo de 1995,10 DE ADAR II 5755, con el beneplácito de S.M. Hassan II Rey de Marruecos”. (ver) Cuando estábamos leyendo los textos precedentes apareció una pareja de musulmanes con una niña pequeña que, al parecer, tenían relación con el lugar. Tras unas preguntas sobre la situación del recinto, nos contaron que las instalaciones estaban cuidadas por una señora que hasta hace unos meses vivía en las dependencias anexas pero que, como consecuencia de las lluvias de este año, se habían venido abajo los techos y ahora venía sólo a limpiar y cuidar el lugar. Intrigados por la historia del santo citado en los textos, Ribbi Saadia Edaty, les inquirimos sobre sus conocimientos sobre el tema. Contaron que era un judío que venía perseguido por dos rufianes y que cuando lo iban a atrapar cayó una gran piedra desde lo alto del monte que lo sepultó, o bien, en otra versión, Ribbi Saadia fue asesinado y cuando esto ocurrió, entonces, cayó la piedra y lo sepultó.(ver) Sobre el árbol y los trapos colgados nos comentaron que judíos y musulmanes veneran al hombre santo indistintamente y que durante todo el año muchas personas, principalmente musulmanes, se acercan al lugar y le piden al santo que cure sus enfermedades, para ello atan un trozo de su vestimenta (exvoto) en el algarrobo como una forma de dejar ahí la enfermedad.(ver) En indagaciones posteriores a la excursión he leído en un texto de Lucas Calderón y Adela Ponce lo siguiente: “constatado por los lugareños de que el santo, a través de la piedra, cura y sana de infinidad de males y padecimientos; el ritual consiste en frotar la parte del cuerpo dolorida o enferma contra la roca. Se frota varias veces rezando en silencio y, a continuación, a la izquierda de la piedra, en un hueco exprofeso, se enciende una vela, se vuelve a rezar y se solicitan los favores sanadores del santo. Para terminar se deja un exvoto atado a una rama del árbol como testimonio”. Sin embargo la imagen del santo no es venerada por los judíos en este sentido, sino que se le pide que interceda ante Dios porque “él está cerca”. Creen que todo lo que el “tzadik”, el hombre justo, le pide a Dios, éste se lo concede. Los judíos, después de orar, sólo dejan cintas colgadas en el árbol como forma de testimonio de haber visitado el santo lugar.El lugar y sus alrededores Entramos en la casa y accedimos a un salón con dos mesas de madera con capacidad para una docena de personas, totalmente listas para usar. En un lado hay alfombras de piel de borrego y algunos cojines. Al fondo, la habitación limita con una cocina de la época, de mediados de los cincuenta, con su horno para carbón y con útiles de plástico y diversos utensilios para cocinar. Me dio la impresión de que todo está dispuesto para ser utilizado al instante y poder pasar la noche en guardavela, en oración o meditación.(ver) Al salir de la casa me quedé en el porche para percibir el recogimiento que pueden sentir los peregrinos que acceden al santuario. Mientras, la sombra había invadido ya toda la ladera en que estábamos y abajo, el llano, todavía recibía los últimos rayos solares. El murmullo de la ciudad llegaba ahogado por los gritos de niños que jugaban en los alrededores, junto a los coches que habíamos dejado en el inicio de la cuesta zigzagueante. Pensé que antaño, si allí vivió alguien dedicado a la oración pudo disfrutar de grandiosos amaneceres y atardeceres pues el lugar invita a la observación. (ver) Abandoné la casa y deambulé por las cercanías, por estrechos senderos de la ladera que a medida que asciende se vuelve más abrupta hasta llegar a una pared vertical formada por piedras ferrosas de gran tamaño, ya cerca de la cima donde se distinguen algunos eucaliptos. Visité también las construcciones antiguas situadas junto al santuario. La parte que fue habitable está destruida y se mantienen en pie algunas dependencias utilizadas últimamente para criar animales. Intuyo que algunas de ellas habrán sido utilizadas en su día como morada por los peregrinos.(ver)Las leyendas o la historia Cuando bajábamos para regresar a casa encontramos a un anciano que atendió a nuestras preguntas sobre el santuario y el santo al que está dedicado. Nos comentó que la casa se construyó gracias a una señora que vino de América con un hijo parapléjico que se curó sorprendentemente. Me imagino que sería familia del financiador que figura en la placa, Isaac Bendayan.(ver) También confirmamos que el lugar es centro de peregrinación de musulmanes y judíos que indistintamente llegan de lugares muy diversos. De hecho, en esos días (16, 17 y 18 de mayo actual) se esperaba la visita de una expedición de judíos, según había avisado el Caidato de la zona a los guardas del recinto. Algo que no me sorprendió pues recordé que unos amigos hebreos que me habían informado sobre la peregrinación de judíos melillenses al lugar, me contaron que ésta se realizaba en coordinación con las autoridades marroquíes de Nador quienes, incluso, enviaban una dotación policial para mantener la vigilancia en el lugar mientras duraba la estancia de los peregrinos en la zona. Así dejamos el santuario de Sidi Yussef (según la denominación que le dio el guarda) e iniciamos el retorno hacia los aledaños de Nador que, sorprendentemente, está tan cerca de un paraje que todavía guarda la esencia de lo rural.(ver) Días después, ya en Melilla, cayó en mis manos el libro “Imágenes de Melilla y su judaísmo”, editado por la Casa de Melilla en Jerusalén, que dedica un capítulo a la historia o leyendas sobre el Rabí Saadia Hadati. Al parecer, según la tradición oral, era un “tzadik”, hombre justo, “enviado de Israel que visitaba las diferentes comunidades de la diáspora recolectando dinero para sus habitantes”. Pero, en otra versión se dice que viajaba “en un barco junto con otros ‘Jajamin’ (sabios) y debido a un temporal naufragó el barco y de los tripulantes sólo se salvaron varios ‘tzadikim’, hombres santos, entre ellos Rabí Saadia Hadati, Rabí Isaac Ben Gualid y Rafael Enkauwa. El Rabí Saadia llegó a Nador y vivió allí varios años”. Para conocer más sobre el tema entrevisté al rabino de Melilla, Yamin Bittan, quien me contó que la historia conocida data de la expulsión de los sefardíes de España, “cuando se escaparon los judíos ... llegaron tres rabinos, tres sabios, a esta parte de África y se separaron. Uno de ellos se quedó aquí, en este monte, escondido en una cueva y, según la tradición hebraica, cuando un santo de tal envergadura, de un calibre tan importante, tan profundo que era todo un hombre de Dios, entonces, normalmente, Dios le ayuda -en la Biblia hay muchos ejemplos- y creció un árbol, un algarrobo, y del monte, de arriba, empezó a manar un manantial de agua para que él pudiera vivir. Así se mantuvo el tiempo que vivió”. En esta versión se cuenta que los habitantes de los alrededores, los vecinos musulmanes, que eran muy pocos entonces, le cuidaban y le llevaban comida. Según L. Calderón y A. Ponce una leyenda cuenta que debido a los disturbios de 1239 en la judería de Sevilla, en la que hubo una gran matanza de judíos, los denominados “siete santos varones” ante el temor que se volvieran a repetir los sucesos “decidieron abandonar Sefarad, atravesar el mar y llegar a tierras más hospitalarias y seguras”. En este punto la narración coincide con las versiones anteriores ya que vuelve a citar un fuerte temporal que hundió la nave. Salvados de la desgracia los siete santos “no pudieron formar nunca más su cabalística comunidad, ya que cada uno apareció en una playa distinta, todos en la costa norteáfricana, y cada uno tomó un rumbo distinto”. De hecho, según comentan, Calderón y Ponce, los siete santos varones se encuentran en: Nemours (hoy Gazaouet) y Tlemcén, en Argelia; y, el resto, en Marruecos: Tetuán, Taza, David Do (Debdou), Sidi Yahía (Oujda) y Sidi Yussef (Nador).La muerte Tampoco hay muchos datos sobre la muerte del Rabí Saadia y existen varias versiones. Ya hemos citado algunas en este artículo pero hay otras. Una de ellas dice que Rabí Saadia iba acompañado de un musulmán que era su ayudante, y al acercarse a Melilla se sintió muy débil y supo que iba a morir. Entonces le pidió a su ayudante que cavara un pozo y tras indicarle que iba a bajar le dijo: “cuando veas que ya no respiro, cúbreme con tierra”. Según esta versión así ocurrió y cuando los habitantes de la zona supieron que allí estaba enterrado el hombre santo quisieron apoderarse de sus pertenencias. Cuando cavaban para desenterrarlo, “una enorme piedra cayó de lo alto de la montaña y se posó exactamente sobre la tumba”. Otra versión dice que cuando iba a morir pidió a un muchacho musulmán que fuera a Melilla y pidiera a los hebreos de la ciudad que fueran a enterrarlo pero tras no conseguir la ayuda el joven le prometió que él lo enterraría con honor. Como agradecimiento Saadia Edaty escribió un pergamino en el que rogaba a los judíos que cada año dieran un cantidad de dinero al joven (ver). En esta versión también se dice que los vecinos musulmanes del pueblo, al conocer la noticia, quisieron matar al muchacho por enterrar al judío, “milagrosamente, en esos momentos bajó una gran roca del cielo pasando por encima de todas las casas de la aldea, hasta posarse sobre la sepultura de R. Saadia. Los musulmanes que quisieron vengarse del ayudante del tzadik quedaron congelados sin poder moverse hasta que el muchacho musulmán rezó por ellos sobre la tumba hasta que pudieron volver a moverse”. Termina la versión con el comentario de que después de “este milagroso acontecimiento, tanto los hebreos como los musulmanes, acostumbran a zorear (peregrinar) la tumba del sagrado R. Sadia, dándose cuenta de la grandeza de este misterioso tzadik”. En otra versión el Rabino Yamin Bittan cuenta que: “le llegó la edad de morir y se supone, nos contaron nuestros maestros, que él mismo cavó su tumba en la puerta de la cueva y pidió que la piedra más grande... hay una versión que dice que es la piedra más grande que rodara del monte hacia abajo y le tapara su tumba y hay quien dice que la piedra más chica empezó a rodar, y a rodar, y empezó a coger piedras milagrosamente hasta que se formó una piedra grandiosa que tapó la tumba. Esas son las dos versiones que tenemos nosotros si es que hay alguien enterrado allí. Y así fue porque esa piedra nadie la podría mover y ponerla allí”. Comentó el rabino que hay una historia muy parecida en Meron, en el norte de Israel, la referente al Rabí Shimon Bar Yojay (el autor de la Kabalá), al que le ocurrieron sucesos parecidos: se escapó de los romanos y se escondió en un bosque donde había una cueva en la que se escondió, “enseguida manó un manantial de agua y creció el árbol de la algarroba y su hijo iba con él. La misma historia, es el mismo milagro”. De hecho, en el día de los difuntos (día 33 de la cuenta del “Omer”, la cosecha, desde la Pascua del Pesaj) se peregrina a la tumba de este hombre santo. Por su parte Calderón y Ponce señalan que “murió en olor de santidad; fue enterrado en este lugar, entre gran pesar de los judíos y el absoluto respeto y admiración de los musulmanes, pero el Todopoderoso, no queriendo que su tumba fuese jamás profanada arrojó de la montaña una gran roca que cubrió su tumba; ante ésto los musulmanes comprendieron rápidamente que este santo judío era un protegido de Alah, por lo que debería ser siempre respetado y venerado”.Referencias y constancia Referencias a este lugar las tenemos en la hemeroteca de la prensa melillense. En concreto apareció una crónica de peregrinación, el tres de mayo de 1915, en el Telegrama del Rif. Nuevamente, en ese periódico, el uno de mayo de 1918 por la misma razón y, el 12 de septiembre de 1952, con motivo de la construcción de la casa y el acceso. Estas fechas están reflejadas en un artículo, del 30 de abril de 1990, publicado sobre este tema por el Seminario “Constantino Domínguez” de la Asociación de Estudios Melillenses en el Diario Melilla Hoy.JAG SAMEAJ Y PESAJ KASHER.
En una pequeña aldea de la Europa Oriental vivía un pobre leñador llamado Jaím. A pesar de su pobreza era muy respetado por ser un judío bueno y honesto. Ganaba su modesto sustento yendo a los bosques vecinos, donde cortaba o juntaba ramas secas que traía a la aldea en su carreta. Luego hacía atados con las ramas, y ya estaban listas para ser vendidas. Su mejor temporada, por supuesto, era el invierno, cuando sus clientes precisaban la leña tanto para calentar sus hogares como para cocinar. Para sus viajes invernales a los bosques empleaba un trineo que él mismo había fabricado, y que por lo general cumplía muy bien su función. Pero en ese invierno en particular se había desatado una violenta tormenta de nieve que continuaba día tras día sin parar, de modo que los caminos estaban cubiertos por enormes montañas de nieve y Jaím estaba obligado a permanecer en su casa. Le era imposible aventurarse a salir con su pequeño trineo.
Así que Jaím se quedó en casa, tratando de no preocuparse, en tanto su preocupada esposa Breina lo acosaba sin cesar, haciendo crecer con ello su miseria. "¿No sabes que tus competidores, los campesinos, se aprovecharán ahora de tu ausencia y vendrán a la aldea con sus grandes trineos, y traerán bastante leña como para proveer a tus clientes de todas sus necesidades del invierno?" ".Y qué puedo hacer?", protestó el pobre Jaím. "Tú conoces la situación tan bien como yo. Es sólo nuestra mala suerte. Lo único que podemos hacer es no perder las esperanzas"."¿Y qué hay de Pesaj, que pronto lo tendrás encima?", continuó Breina. "No tenemos dinero siquiera para la matzá y el vino, ni qué hablar de pescado o carne"."Seguro que el Todopoderoso nos ayudará a celebrar la maravillosa festividad de Pesaj de una manera adecuada. El no nos abandonará", dijo Jaím con voz confiada, y se volvió a su libro de Tehilfm -Salmos-.
Jaím no era un talmid jajám -sabio-, pero amaba dedicar todo su tiempo libre al recitado del preciado libro de Tehilfm. En tanto Breina continuaba acuciándolo, Jaím suspiró. "¡Los suspiros no nos proveerán de matzot y vino; ni siquiera de papas!", le echó en cara. "¿Por qué no haces como los demás judíos pobres antes de Pesaj? Estoy segura de que el Gabai no se negará a darte maot jitim, dinero del fondo para los pobres al que tú, todos los años, has contribuido". "Lo sé", respondió Jaím cansado, sacudiendo su cabeza. Le pesaba el corazón al pensar en el vuelco que había dado su fortuna. Es cierto que la suma con la que cada año contribuía a maot jitim no era muy grande, pero era importante si se tomaba en consideración sus modestos recursos. Y el hecho de haber contribuido siempre le creaba una hermosa sensación, sabiendo qué gran mitzvá era.
¿Y ahora? ¿Ahora qué? "¿Bien, Jaím?", interrumpió Breina sus pensamientos. "¿Por qué tanto silencio? ¿Qué hay de mi sugerencia?" "No aceptaré caridad", respondió Jaím con determinación. "¿En serio? Pues dime, ¿de qué manera nos proveerá tu obstinado orgullo de lo necesario para Pesaj? ¡Piensa en nuestros niños, si no prefieres pensar en ti mismo o en mí!" Jaím no espondió de inmediato.Luego, muy lentamente, dijo: "¿Sabes si en casa hay algo que podamos vender o empeñar?" Breina se echó a reír con humillantes carcajadas. "¡Bien sabes que hemos empeñado mis candelabros de plata hace mucho tiempo, y hemos vendido nuestras almohadas y colchas. Lo único que nos queda es nuestra Pobreza, y no creo que encuentres para ella clientes dispuestos!", terminó sus palabras con amargura, estallando en lágrimas. Jaím se sentía tan abatido... Se volvió a sus Tehilfm en procura de consuelo.De repente sintió que su mujer tiraba de su manga. Había dejado de llorar y le hablaba en un tono más bien dócil."Sabes, Jaím? Todavía queda una cosa de valor que nos pertenece. Todavía tenemos la copa de plata del Profeta Eliahu -Elías-. ¿No crees que deberíamos empeñarla para que al menos podamos comprar matzot, vino y papas?" "Sabes lo que estás diciendo?", exclamó Jaím. "¿Qué clase de seder, que merezca llamarse así, podremos hacer sin la copa del Profeta Eliahu?""Mira, Jaím, no te pongas así. Seguro que Eliahu nos comprenderá, y ello no le impedirá venir a nuestra casa como siempre en el momento del seder"."¡Breina! ¡No puedo hacerlo! ¡Imagina cuando Eliahu venga y su copa no esté! ¿Qué parecerá? No, no le haré eso a Eliahu. Di-s nos mostrará una salida de nuestro problema. Podemos confiar en El".
De repente, un pensamiento golpeó a Jaím. "¡La cabra!", exclamó en voz baja, como si temiera que la cabra lo oyera. "Breina, oye. Probablemente podamos vender la cabra". "¿Te has vuelto loco?", gritó Breina, histérica. "iLa cabra es nuestro único medio de sustento! ¿De dónde, si no, obtendremos leche para nuestros pequeños? Mira, la copa de Eliahu no nos da leche, ¡eso es lo que debes vender!" "Di-s libre", respondió Jaím, "eso está fuera de discusión".
La noche anterior a Pesaj encontró a Jaím muy atareado con bedikat jametz -la "Búsqueda del Jametz"-. Jaím repasó su pequeña vivienda buscando cuidadosamente el jametz, a pesar de que habían pocas probabilidades de que le quedara algo. Luego fue a la casa del Rabino a "vender" su jametz."¿Te sobró algo de harina?", le preguntó el Rabino. "No, Rabino", respondió Jaím. "¿Algún cereal?""No, Rabino", respondió una vez más Jaím. "Alguna vajilla jametz?' “sí, Rabino. Tenemos algunas ollas".
Entonces el Rabino anotó el nombre de Jaím en su lista y concluyó la "venta" de la manera apropiada. Dado que Jaím aún permanecía de pie, el Rabino le preguntó: "Reb Jaím, ¿hay algo que quisieras preguntarme?" "Sí, Rabino", dijo Jaím, golpeando su pie nerviosamente. "Me preguntaba... ¿Puede decirme si la Torá permite utilizar leche en lugar de vino para los arbá kosot -las "Cuatro Copas"- en la mesa del seder?" El Rabino pareció pensativo, en tanto acariciaba lentamente su plateada barba. De modo que Jaím no sólo no tiene vino para la mesa de su seder, sino que parecería que tampoco cuenta con carne, pues de otra manera no me estaría preguntando si puede usar leche en el seder. ¿Quién sabe? ¿Quizás ni siquiera tenga pescado o matzá? Y ni una palabra de queja... ¿Por qué no se había dirigido al fondo de maot jitim, si sufría tanta necesidad?
La respuesta era obvia: tenía vergüenza de pedir caridad. "Mira, Reb Jaím", le dijo el Rabino, a la par de que abría su cajón buscando algo. "Me has propuesto una difícil pregunta, y en este momento no dispongo de tiempo como para analizar la cuestión; estamos muy próximos al Iom Tov. Hazme un favor y espera hasta después de Pesaj, cuando ya habré tenido tiempo para estudiar el problema. Mientras tanto, acá tienes algún dinero que te doy en préstamo. Ve y compra vino, y todo lo que precises para la festividad; de todas formas el dinero está aquí sin ningún beneficio durante el Iom Tov. Me lo devolverás cuando te resulte cómodo. No estés preocupado, yo no lo estoy. Te conozco como un hombre honesto. Ve en paz. ¡A ti, tu mujer y tu familia, un Iom Tov kasher y feliz!"
Jaím agradeció al Rabino y se apresuró hasta la Matzería que aún permanecía abierta. Compró una buena cantidad de matzot, e incluso logró comprar un poco de vino.Con corazón contento apuró el paso a su casa, y al entrar a ella gritó jubiloso: "¡Bréinale! ¡Un buen Iom Tov! ¡Mira lo que he traído!""¿Qué es eso de `Buen Iom Tov'?", preguntó su esposa medio dormida, refregando sus ojos mientras se le aproximaba. "Iom Tov es recién mañana". "Para mí ya es Iom Tov, querida esposa. Mira, ¡tenemos matzot, vino, y dinero para las verduras y todo lo que precisemos para hacer hermosos sedartm y un alegre Iom Tov!" Breina pensó que su marido se había vuelto loco, o estaba alucinando. Pero abrió un enorme par de ojos, y terminó de despertarse del todo, cuando vio las matzot, el vino y el dinero.
¡No era ningún sueño sino una hermosa realidad! "Te dije que el Todopoderoso se ocuparía de nosotros y de nuestras necesidades", dijo Jaím mientras le contaba lo sucedido en la casa del Rabino. "Ves, Breina, aún tenemos la copa de plata de Eliahu, no tuvimos que vender la cabra, ¡y tendremos un seder digno de reyes! ¡No cabe duda de que tenemos un Di-s misericordioso en el cielo!"
Jaím, Breina y los niños tuvieron realmente un seder como nunca habían gozado en sus vidas. Cuando Breina fue con una vela en mano a abrir la puerta para el Profeta Eliahu - vio a un judío anciano parado allí. "Un buen Iom Tov", dijo. Al principio quedó un poco sorprendida, pero su voz amable y sus suaves modales le devolvieron la serenidad y Breina lo invitó a pasar.
Jaím lo reconoció como alguien a quien había visto esa noche en la Sinagoga; debía tratarse de algún forastero sin recursos que pasaba por la ciudad y había decidido quedarse para Pesaj. Jaím lo invitó a unirse a ellos en el seder, pero el extraño dijo que sólo podía quedarse un rato pues estaba invitado ya en otro lugar. Cuando se hubo sentado junto a la mesa, su mirada se posó con admiración sobre la copa del Profeta Eliahu, que Breina había pulido hasta hacerla refulgir. "¡Qué hermosa copa!", dijo. "¡Que vuestro mazal, vuestra suerte, brille como esta copa!" Luego de cantar un rato junto a Jaím se puso de pie, se disculpó, y partió.
Al día siguiente Jaím buscó al forastero en la Sinagoga. Quería invitarlo a que compartiera con ellos el segundo seder. Cuando no pudo hallarlo, comenzó a preguntar si alguno había visto al venerable forastero, pero todos miraban a Jaím extrañados. "¿Qué forastero? ¡Aquí no hubo ningún forastero!""¿Qué pretenden decir? Yo tuve a este hombre, con el rostro de un ángel, sentado a la mesa de mi seder". Jaím se dirigió al Rabino. "Dígame Rabino, ¿usted sí vio al forastero?""Por supuesto", respondió el Rabino. "También a mí me ha visitado. De hecho, visita cada hogar judío durante el seder, pero no todos tienen el mérito de poder verlo. Tú, obviamente, eres merecedor".
Después de Pesaj, cuando la nieve ya había sido olvidada, Jaím tomó nuevamente su carreta y salió al bosque a recoger ramas y leña. Llenó la carreta y se dispuso a regresar. Pero parecería que la carga era demasiado pesada, porque las ruedas se atascaron en el suelo blando y se rehusaban a moverse. Jaím arrastró y empujó; era en vano. Vacilando, comenzó a desprenderse de algunos de los atados de leña que había juntado, para aliviar la carga. Dio un empujón, y las ruedas salieron. Pero... ¿qué era eso que estaba brillando allí? Se inclinó, y... ¡su atónita mirada se topó con una reluciente moneda de oro!
Rápidamente comenzó a cavar en el mismo lugar y extrajo de la tierra una bolsa que derramaba su contenido - ¡un montón de hermosas y brillantes monedas de oro! ¡Una verdadera fortuna! Desde ese momento Jaím dejó de ser "el pobre Jaím", y su mazal brilló para él y para los suyos, tal como la copa del Profeta Eliahu en la mesa de su seder
En una pequeña aldea de la Europa Oriental vivía un pobre leñador llamado Jaím. A pesar de su pobreza era muy respetado por ser un judío bueno y honesto. Ganaba su modesto sustento yendo a los bosques vecinos, donde cortaba o juntaba ramas secas que traía a la aldea en su carreta. Luego hacía atados con las ramas, y ya estaban listas para ser vendidas. Su mejor temporada, por supuesto, era el invierno, cuando sus clientes precisaban la leña tanto para calentar sus hogares como para cocinar. Para sus viajes invernales a los bosques empleaba un trineo que él mismo había fabricado, y que por lo general cumplía muy bien su función. Pero en ese invierno en particular se había desatado una violenta tormenta de nieve que continuaba día tras día sin parar, de modo que los caminos estaban cubiertos por enormes montañas de nieve y Jaím estaba obligado a permanecer en su casa. Le era imposible aventurarse a salir con su pequeño trineo.
Así que Jaím se quedó en casa, tratando de no preocuparse, en tanto su preocupada esposa Breina lo acosaba sin cesar, haciendo crecer con ello su miseria. "¿No sabes que tus competidores, los campesinos, se aprovecharán ahora de tu ausencia y vendrán a la aldea con sus grandes trineos, y traerán bastante leña como para proveer a tus clientes de todas sus necesidades del invierno?" ".Y qué puedo hacer?", protestó el pobre Jaím. "Tú conoces la situación tan bien como yo. Es sólo nuestra mala suerte. Lo único que podemos hacer es no perder las esperanzas"."¿Y qué hay de Pesaj, que pronto lo tendrás encima?", continuó Breina. "No tenemos dinero siquiera para la matzá y el vino, ni qué hablar de pescado o carne"."Seguro que el Todopoderoso nos ayudará a celebrar la maravillosa festividad de Pesaj de una manera adecuada. El no nos abandonará", dijo Jaím con voz confiada, y se volvió a su libro de Tehilfm -Salmos-.
Jaím no era un talmid jajám -sabio-, pero amaba dedicar todo su tiempo libre al recitado del preciado libro de Tehilfm. En tanto Breina continuaba acuciándolo, Jaím suspiró. "¡Los suspiros no nos proveerán de matzot y vino; ni siquiera de papas!", le echó en cara. "¿Por qué no haces como los demás judíos pobres antes de Pesaj? Estoy segura de que el Gabai no se negará a darte maot jitim, dinero del fondo para los pobres al que tú, todos los años, has contribuido". "Lo sé", respondió Jaím cansado, sacudiendo su cabeza. Le pesaba el corazón al pensar en el vuelco que había dado su fortuna. Es cierto que la suma con la que cada año contribuía a maot jitim no era muy grande, pero era importante si se tomaba en consideración sus modestos recursos. Y el hecho de haber contribuido siempre le creaba una hermosa sensación, sabiendo qué gran mitzvá era.
¿Y ahora? ¿Ahora qué? "¿Bien, Jaím?", interrumpió Breina sus pensamientos. "¿Por qué tanto silencio? ¿Qué hay de mi sugerencia?" "No aceptaré caridad", respondió Jaím con determinación. "¿En serio? Pues dime, ¿de qué manera nos proveerá tu obstinado orgullo de lo necesario para Pesaj? ¡Piensa en nuestros niños, si no prefieres pensar en ti mismo o en mí!" Jaím no espondió de inmediato.Luego, muy lentamente, dijo: "¿Sabes si en casa hay algo que podamos vender o empeñar?" Breina se echó a reír con humillantes carcajadas. "¡Bien sabes que hemos empeñado mis candelabros de plata hace mucho tiempo, y hemos vendido nuestras almohadas y colchas. Lo único que nos queda es nuestra Pobreza, y no creo que encuentres para ella clientes dispuestos!", terminó sus palabras con amargura, estallando en lágrimas. Jaím se sentía tan abatido... Se volvió a sus Tehilfm en procura de consuelo.De repente sintió que su mujer tiraba de su manga. Había dejado de llorar y le hablaba en un tono más bien dócil."Sabes, Jaím? Todavía queda una cosa de valor que nos pertenece. Todavía tenemos la copa de plata del Profeta Eliahu -Elías-. ¿No crees que deberíamos empeñarla para que al menos podamos comprar matzot, vino y papas?" "Sabes lo que estás diciendo?", exclamó Jaím. "¿Qué clase de seder, que merezca llamarse así, podremos hacer sin la copa del Profeta Eliahu?""Mira, Jaím, no te pongas así. Seguro que Eliahu nos comprenderá, y ello no le impedirá venir a nuestra casa como siempre en el momento del seder"."¡Breina! ¡No puedo hacerlo! ¡Imagina cuando Eliahu venga y su copa no esté! ¿Qué parecerá? No, no le haré eso a Eliahu. Di-s nos mostrará una salida de nuestro problema. Podemos confiar en El".
De repente, un pensamiento golpeó a Jaím. "¡La cabra!", exclamó en voz baja, como si temiera que la cabra lo oyera. "Breina, oye. Probablemente podamos vender la cabra". "¿Te has vuelto loco?", gritó Breina, histérica. "iLa cabra es nuestro único medio de sustento! ¿De dónde, si no, obtendremos leche para nuestros pequeños? Mira, la copa de Eliahu no nos da leche, ¡eso es lo que debes vender!" "Di-s libre", respondió Jaím, "eso está fuera de discusión".
La noche anterior a Pesaj encontró a Jaím muy atareado con bedikat jametz -la "Búsqueda del Jametz"-. Jaím repasó su pequeña vivienda buscando cuidadosamente el jametz, a pesar de que habían pocas probabilidades de que le quedara algo. Luego fue a la casa del Rabino a "vender" su jametz."¿Te sobró algo de harina?", le preguntó el Rabino. "No, Rabino", respondió Jaím. "¿Algún cereal?""No, Rabino", respondió una vez más Jaím. "Alguna vajilla jametz?' “sí, Rabino. Tenemos algunas ollas".
Entonces el Rabino anotó el nombre de Jaím en su lista y concluyó la "venta" de la manera apropiada. Dado que Jaím aún permanecía de pie, el Rabino le preguntó: "Reb Jaím, ¿hay algo que quisieras preguntarme?" "Sí, Rabino", dijo Jaím, golpeando su pie nerviosamente. "Me preguntaba... ¿Puede decirme si la Torá permite utilizar leche en lugar de vino para los arbá kosot -las "Cuatro Copas"- en la mesa del seder?" El Rabino pareció pensativo, en tanto acariciaba lentamente su plateada barba. De modo que Jaím no sólo no tiene vino para la mesa de su seder, sino que parecería que tampoco cuenta con carne, pues de otra manera no me estaría preguntando si puede usar leche en el seder. ¿Quién sabe? ¿Quizás ni siquiera tenga pescado o matzá? Y ni una palabra de queja... ¿Por qué no se había dirigido al fondo de maot jitim, si sufría tanta necesidad?
La respuesta era obvia: tenía vergüenza de pedir caridad. "Mira, Reb Jaím", le dijo el Rabino, a la par de que abría su cajón buscando algo. "Me has propuesto una difícil pregunta, y en este momento no dispongo de tiempo como para analizar la cuestión; estamos muy próximos al Iom Tov. Hazme un favor y espera hasta después de Pesaj, cuando ya habré tenido tiempo para estudiar el problema. Mientras tanto, acá tienes algún dinero que te doy en préstamo. Ve y compra vino, y todo lo que precises para la festividad; de todas formas el dinero está aquí sin ningún beneficio durante el Iom Tov. Me lo devolverás cuando te resulte cómodo. No estés preocupado, yo no lo estoy. Te conozco como un hombre honesto. Ve en paz. ¡A ti, tu mujer y tu familia, un Iom Tov kasher y feliz!"
Jaím agradeció al Rabino y se apresuró hasta la Matzería que aún permanecía abierta. Compró una buena cantidad de matzot, e incluso logró comprar un poco de vino.Con corazón contento apuró el paso a su casa, y al entrar a ella gritó jubiloso: "¡Bréinale! ¡Un buen Iom Tov! ¡Mira lo que he traído!""¿Qué es eso de `Buen Iom Tov'?", preguntó su esposa medio dormida, refregando sus ojos mientras se le aproximaba. "Iom Tov es recién mañana". "Para mí ya es Iom Tov, querida esposa. Mira, ¡tenemos matzot, vino, y dinero para las verduras y todo lo que precisemos para hacer hermosos sedartm y un alegre Iom Tov!" Breina pensó que su marido se había vuelto loco, o estaba alucinando. Pero abrió un enorme par de ojos, y terminó de despertarse del todo, cuando vio las matzot, el vino y el dinero.
¡No era ningún sueño sino una hermosa realidad! "Te dije que el Todopoderoso se ocuparía de nosotros y de nuestras necesidades", dijo Jaím mientras le contaba lo sucedido en la casa del Rabino. "Ves, Breina, aún tenemos la copa de plata de Eliahu, no tuvimos que vender la cabra, ¡y tendremos un seder digno de reyes! ¡No cabe duda de que tenemos un Di-s misericordioso en el cielo!"
Jaím, Breina y los niños tuvieron realmente un seder como nunca habían gozado en sus vidas. Cuando Breina fue con una vela en mano a abrir la puerta para el Profeta Eliahu - vio a un judío anciano parado allí. "Un buen Iom Tov", dijo. Al principio quedó un poco sorprendida, pero su voz amable y sus suaves modales le devolvieron la serenidad y Breina lo invitó a pasar.
Jaím lo reconoció como alguien a quien había visto esa noche en la Sinagoga; debía tratarse de algún forastero sin recursos que pasaba por la ciudad y había decidido quedarse para Pesaj. Jaím lo invitó a unirse a ellos en el seder, pero el extraño dijo que sólo podía quedarse un rato pues estaba invitado ya en otro lugar. Cuando se hubo sentado junto a la mesa, su mirada se posó con admiración sobre la copa del Profeta Eliahu, que Breina había pulido hasta hacerla refulgir. "¡Qué hermosa copa!", dijo. "¡Que vuestro mazal, vuestra suerte, brille como esta copa!" Luego de cantar un rato junto a Jaím se puso de pie, se disculpó, y partió.
Al día siguiente Jaím buscó al forastero en la Sinagoga. Quería invitarlo a que compartiera con ellos el segundo seder. Cuando no pudo hallarlo, comenzó a preguntar si alguno había visto al venerable forastero, pero todos miraban a Jaím extrañados. "¿Qué forastero? ¡Aquí no hubo ningún forastero!""¿Qué pretenden decir? Yo tuve a este hombre, con el rostro de un ángel, sentado a la mesa de mi seder". Jaím se dirigió al Rabino. "Dígame Rabino, ¿usted sí vio al forastero?""Por supuesto", respondió el Rabino. "También a mí me ha visitado. De hecho, visita cada hogar judío durante el seder, pero no todos tienen el mérito de poder verlo. Tú, obviamente, eres merecedor".
Después de Pesaj, cuando la nieve ya había sido olvidada, Jaím tomó nuevamente su carreta y salió al bosque a recoger ramas y leña. Llenó la carreta y se dispuso a regresar. Pero parecería que la carga era demasiado pesada, porque las ruedas se atascaron en el suelo blando y se rehusaban a moverse. Jaím arrastró y empujó; era en vano. Vacilando, comenzó a desprenderse de algunos de los atados de leña que había juntado, para aliviar la carga. Dio un empujón, y las ruedas salieron. Pero... ¿qué era eso que estaba brillando allí? Se inclinó, y... ¡su atónita mirada se topó con una reluciente moneda de oro!
Rápidamente comenzó a cavar en el mismo lugar y extrajo de la tierra una bolsa que derramaba su contenido - ¡un montón de hermosas y brillantes monedas de oro! ¡Una verdadera fortuna! Desde ese momento Jaím dejó de ser "el pobre Jaím", y su mazal brilló para él y para los suyos, tal como la copa del Profeta Eliahu en la mesa de su seder
Muy buenas lecturas!! Gracias
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